Recientemente realizamos una obra o sociodrama de uno de sus cuentos titulado "Las Albódigas del Coronel"... pueden leer el original aquí.
Hice este pequeño guión adaptado y lo comparto porque, tal vez, solo tal vez, alguien quiera utilizarlo en algún momento. Además es una historia muy divertida.
LAS
ALBÓNDIGAS DEL CORONEL (RUBÉN DARÍO)
ADAPTACIÓN
PARA SOCIODRAMA por Karen Álvarez N.
Personajes:
Rubén Darío
Coronel Arrechavala
Doña María
Blas
Amiguito 1
Amiguita 2
Chismosa 1
Chismosa 2
Hombre ebrio (Opcional)
Caballo/Sultán (Opcional)
Nota: Le agregué más personajes que los que aparecen en el cuento debido a que era una presentación grupal y todos debíamos tener una participación.
Aparece en
escena Rubén Darío, caminando por la habitación, de un lado a otro, pensativo.
R.D: (Un
poco molesto) Cuando y cuando que se me antoja he de escribir lo que me dé mi
real gana; porque a mí nadie me manda, y es muy mía mi cabeza y muy mías mis
manos. (Pausa corta) Vamos pues, a que voy a comenzar la narración siguiente:
(Pausa corta, se sienta a la mesa a escribir.) Allá por aquellos años, en que
ya estaba para concluir el régimen colonial, era gobernador de León el famoso
coronel Arrechavala, cuyo nombre no hay vieja que no lo sepa, y cuyas riquezas
son proverbiales; que cuentan que tenía adobes de oro.
Entra a
escena el coronel Arrechavala con su caballo “Sultán”, mientras Darío sigue
narrando.
R.D: Todas
las mañanitas montaba el coronel uno de sus muchos caballos, que eran muy buenos,
y como la echaba de magnífico jinete daba una vuelta a la gran ciudad, luciendo
los escarceos de su cabalgadura.
Se
escuchan efectos de sonido de caballo galopando.
Coronel: (Con acento de España) ¡Vamos Sultán! Que hemos de llegar velozmente a la metrópolis.
R.D: El
coronel no tenía nada de campechano; al contrario, era un hombre seco y duro;
pero así y todo tenía sus preferencias y distinguía con su confianza a algunas
gentes de la metrópolis.
Una de
ellas era doña María de..., viuda de un capitán español que había muerto en San
Miguel de la Frontera.
Entra a
escena doña María, barriendo.
María:
(Con una voz chillona) ¡Blasito, Blasito mijo! (Habla para sí) Hay estos
muchachitos de hoy en día, son unos holgazanes. ¡Blasito, levántese y ayúdeme a
limpiar la casa! Va a llegar el coronel y va a encontrar esta casa hecha una
pocilga.
R.D: Pues,
señor, vamos a que todas las mañanitas a hora de paseo se acercaba a la casa de
doña María el coronel Arrechavala, y la buena señora le ofrecía dádivas, que, a
decir verdad, el recompensaba con largueza. Dijéralo, si no, la buena ración de
onzas españolas del tiempo de nuestro rey don Carlos IV que la viuda tenía
amontonaditas en el fondo de su baúl.
Va el
coronel saludando a uno que otro personaje que se encuentra en el camino.
Aparecen
las chismosas y al verlo de lejos, empiezan a comentar.
Chismosa
1: ¡Hm, ahí va el coronel, buscando seguramente la casa de la María!
Chismosa
2: Pues que no, si la María no pierde la oportunidad de atiborrarlo con
rosquillas y bollos.
Chismosa
1: ¡Demasiada atención le presta la viudita!
El coronel
logra divisarlas y se detiene a saludarles (se escucha el soplido del Sultán).
Coronel:
Muy buenos días, mis señoras, ¿estáis teniendo un agradable paseo?
Chismosas:
(Un tanto coquetas jugando con sus abanicos). ¡Mucho más ahora que le hemos
saludado, Coronel! Que le vaya a usted muy bien.
El coronel
sigue su camino.
R.D:
(Poniéndose en pie un momento) He pecado al olvidarme de decir que doña María
era una de esas viuditas de linda cara y de decir ¡Rey Dios! Sin embargo, aunque
digo esto, no diré que el coronel anduviese en trapicheos con ella. (Se sienta
nuevamente) Llegó pues el coronel a casa de doña María esa mañana…
Coronel: Buenos
días le dé Dios, mi doña María.
María:
(Muy emocionada) ¡El señor coronel! Dios lo trae. Aquí tiene unos marquesotes que
se deshacen en la boca; y para el almuerzo le mandaré..., ¿qué le parece?
Coronel: ¿Qué,
mi doña María?
María: Albóndigas
de excelente picadillo, con tomate y chile y buen caldo, señor coronel.
Coronel:
¡Bravísimo! (dijo riendo el rico militar). No deje usted de remitírmelas a la
hora del almuerzo. Mas ahora debo retirarme. Con su permiso.
El coronel
se amarra el morral, se escucha sonido del caballo y se va galopando.
Doña María
buscó la mejor de sus soperas, la rellenó de albóndigas en caldillo y la cubrió
con la más limpia de sus servilletas.
María:
¡Blas, Blasito! (Entra el niño con el rostro afligido). Llévele estas
albóndigas al coronel Arrechavala. ¡Váyase rapidito mi muchachito!
Blas:
(Sale refunfuñando por el camino). Pero si el coronel tiene muchos caballos y
criados, ¿por qué me mandan a mí? ¡Mejor lo hubiese mandado a traer!
Amiga 1:
¡Blas, Blas ven aquí!
Amigo 2:
¿Qué llevas ahí? ¿Son las albóndigas que cocina tu mamá?
Blas: Si,
así es…
Amiga 1:
¡Pero que rico! Anda, danos un poquito.
Blas: No,
es que se las manda al coronel Arrechavala.
Amigo:
Anda Blas, si tu mamá las puede volver a cocinar. ¡Anda!
Blas:
Bueno, está bien, ¡pero solo las albóndigas, eh!
Los 3
niños se comen las albóndigas.
R.D: Al
día siguiente, el trap trap del caballo del coronel se oía en la calle en que vivía
doña María, y ésta con cara de risa asomada a la puerta en espera de su
regalado visitador.
Se escucha
el galopeo de Sultán y el coronel se acerca a la casa de doña María.
Coronel:
(Sarcásticamente) Mi señora doña María: para en otra, no os olvidéis de poner las
albóndigas en el caldo.
María:
(Molesta) Vamos a ver, ¿por qué me dice usted eso y me habla con ese modo y me
mira con tanta sorna?
Coronel:
Pues mi señora, ha usted de saber que… ayer he recibido de la mano de su hijo…
únicamente una taza de caldo. ¡No hallé por ningún lado las albóndigas que me
habéis prometido!
María:
(Muy enojada) ¡Blas, ese muchachito! ¡Blas, venga para acá!
Coronel:
Cálmese usted, no es para tanto.
Aparece
Blas medio llorando, con el dedo en la boca y rozándose al andar
despaciosamente contra la pared.
María: Ven
acá (halándole de la oreja). Dice el señor coronel que ayer llevaste sólo el
caldo en la sopera de las albóndigas. ¿Es cierto?
El coronel
contenía la risa al ver la aflicción del rapazuelo.
Blas: Es…éste-que...
que... (En eso ve pasar un borracho casi cayéndose en el suelo) en el camino un
hombre ebrio me ha metido el pie... que se me cayó la sopera en la calle... y
entonces... me puse a recoger lo que se había caído... y no llevé las
albóndigas porque solamente pude recoger el caldo...
María:
(Toma la tajona) Ah, tunante, ya verás la paliza que te voy a dar...
El coronel
echando todo su buen humor fuera, se puso a reír de manera tan desacompasada que
por poco revienta.
Coronel: No
le pegue usted, mi doña María. Esto merece premio. (El coronel se saca una
moneda y se la da a Blas, quien sale corriendo). Hágame usted albóndigas para
mañana, y no sacuda los lomos del pobre Blas.
Se escucha
el galope del caballo mientras el coronel se marcha, aun riendo.
R.D:
(Levantándose y dirigiéndose al centro del escenario) El generoso militar tomó la calle, y
fuese, y tuvo para reír por mucho tiempo. Tanto, que poco antes de morir
refería el cuento entre carcajada y carcajada.
Mientras
Darío habla, todos los demás actores se ponen al frente, junto a él.
R.D: Y a
fe que desde entonces se hicieron famosas (pausa).
Todos: Las
albóndigas del coronel Arrechavala. (Saludo al público)